lunes, 4 de noviembre de 2013

Perfumes

Recién, en el colectivo la mujer que viajaba al lado mío tenía un perfume que me llevaba a un lugar. No era en realidad perfume, era más bien una crema de enjuague, algo así, una mezcla de shampú y crema, nada grandilocuente. Era increíblemente familiar. Me inundaba de una sensación de bienestar, de haber sido feliz cuando, muchos años atrás, desde algún otro lado me llegaba el mismo perfume. La miré para ver si había algo especial en ella. Si era especialmente linda, si llevaba el pelo arreglado de alguna manera particular. Algo que acompañara ese perfume que me llevaba como en oleadas a algún recuerdo que no pude identificar. Pero no. De hecho tenía el pelo atado de una manera desprolija, no desprolija a propósito como usan tanto las adolescentes, sino desprolija de no haber sabido atárselo bien. Qué cosa los olores, los perfumes. Qué sentido, el olfato, capaz de guardar en secreto un recuerdo, como este que no pude todavía descifrar. Y ahí va a quedar. Tengo muy mala memoria. Pienso en esto mientras empiezo a leer una novela que promete ser exquisita: Flores de un solo día, de Anna Kazumi Stahl. 

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