martes, 31 de julio de 2012

Para escuchar poemas...

El 9 de agosto en el CCEBA (sede Florida 943) leemos poemas Julieta Lerman, Erika Martínez y yo. Más información aquí y algo de lo que tengo ganas de leer, de un libro inédito que va mutando de título según sea mi estado de ánimo. Ahora se llama Versiones del paraíso.


El mallín salvaje

Te habrás abierto un camino entre cañas
las manos flacas y fuertes
habrás visto todo más salvaje –los teros
las bandurrias, el humor amenazante de los patos–
te habrás sentado junto a un árbol
tus hijas atrás
muy atrás con los perros y él,
tu vida te habrá parecido perfecta
como el círculo que dibujan en el aire algunas aves
–sostienen en su demora un rumor secreto–.
Con un suéter sobre el piyama envejecido, me dijiste después
caminaste hasta el mallín
y encendiste tu pequeño atado de papeles.
Viste chispear las hebras grises y negras
del pasto –¿o eran libélulas que flotaban
en el aire ciego, resplandecían? –
y tu gesto fue una súplica
una oración pagana porque creés
mucho más en la benevolencia de las estaciones
que en la voluntad de cualquier dios
esta vida, que siga su curso – habrás pedido
y después nada: el silencio de la noche
ondulante como un océano
salpicado aquí y allá de espuma galáctica.

viernes, 13 de julio de 2012





Nunca fui una chica ordenada. Jamás he sido obsesiva. Sin embargo, desde que tengo hijos ver desarmarse los brazos de algún muñeco, dar vueltas por la casa la pieza suelta de algún rompecabezas, o perderse sin remedio la rueda de algún auto me desespera. Entonces, como el lunes pasado, me pongo a ordenar. Organizo cajas donde guardo autos con autos, muñecos con muñecos, bloques con bloques. Quisiera que cada juguete estuviera en su respectiva caja, cada lápiz en su cartuchera. El trabajo aunque tedioso es reconfortante. Milagrosamente aparecen las partes sueltas; es raro que alguna pieza se pierda para siempre. Todo está. Pero mezclado. Entonces una va rearmando a Buzz Lightyear, por ejemplo. O recomponiendo la serie de animales de Pooh. O encontrando las piezas de madera del rompecabezas de animales. Como si hubiese un orden encargado de velar por los juguetes, como si este aparecer y desaparecer estuviese dentro de las reglas del juego. Todo lo contrario a lo que pasará después  cuando las cosas -las partes de las cosas- empiecen a desencajarse unas de otras, empiecen a desarmarse y a perderse de vista por más de que una se esfuerce tratando de entender cómo fue que quedó en medio de tantos hilos sueltos, tantos cabos sin atar, tantos planes terminados a medias.