lunes, 31 de enero de 2011

Correcciones

Como una vaca que quiere pastar tranquila

Me dijiste algo levemente perturbador –una palabra o quizás
haya sido el tono, la manera de decir.
Era lo que quería: estar juntos, sorber de tu cuello
un pensamiento, una imagen
apropiármela y decirte luego, para tu asombro: mirá, éste sos vos.
Ahora te escucho resoplar cansado, tu cuerpo inmenso
e imagino que habito la cueva de un buey, sigilosa
vaca sombría y callada me muevo sólo
para acercarme un poco y después echarme
de lleno a pastar, a mirar
la llanura siempre verde e imaginar que es toda mía.

sábado, 29 de enero de 2011

Poemas nuevos

Como una vaca que quiere pastar tranquila

Me dijiste algo levemente perturbador –una palabra o quizás
haya sido el tono, no sé, lo cierto es que esa manera de decir
era por completo ajena a vos.
Era lo que quería: estar juntos, sorber de tu cuello
un pensamiento, una imagen diferente a la habitual
apropiármela y decirte luego, para tu asombro: mirá, éste sos vos.
Ahora te escucho resoplar cansado, tu cuerpo inmenso
e imagino que habito la cueva de un buey, sigilosa
vaca sombría y callada me muevo sólo
para acercarme un poco y después echarme
de lleno a pastar, a mirar
la llanura siempre verde e imaginar que es toda mía.


Lavadero


Antes de sumergir los dedos en la espuma del agua
huelo la ropa amontonada como lo haría cualquier animal –
¿de qué otra manera saber
si tal o cual prenda está usada, el pantalón, los minúsculos calzoncillos?
Remojo los dedos en agua enjabonada
abro con la mano, la espuma
y cada movimiento
es una frase.



Lucio

Hoy, por ejemplo, fuimos al club.
Tuvimos que volver corriendo, Lucio y yo con el bebé en brazos.
Pero antes, en el arenero, me atravesaba la cadencia
de un poema. ¿Se cumplía tal vez
aquella premonición mía de niños corriendo o descansando?
Como cuando dije aquí jugarán los más grandes, allá
los más chicos
y alguien pensó que describía
la vida de otra o recitaba de memoria un poema de Carrera.
Llegamos empapados los tres.

Dicen que no existe algo así como el amor a los padres.
Pienso en esto mientras subo el cierre de la campera de Lucio
convencida de que es mucho más
un acto egoísta, mío;
si apenas transitamos un invierno moderado, si no hay nieve ni escarcha
si son sólo unos metros y correr sería lo más acertado.
Esquivo, entonces, la mirada inquieta de mi hijo
sus hombros apenas encorvados
y contra todos los pronósticos, lo abrigo.


De álgún próximo libro, de título, por ahora, incierto.

miércoles, 19 de enero de 2011

martes, 18 de enero de 2011

Una tortuga de mar que vimos descansar al sol una mañana, sobre la arena

Fue así: apenas llegábamos con la sombrilla, la silla, la lona, cuando vimos un grupo de cinco o seis hombres, mujeres –de esas, esos que caminan a ritmo parejo todas las mañanas hundiéndose un poco en la arena, conversando, gesticulando- en círculo alrededor de algo que no sabíamos exactamente qué era. S fue a “tocar el mar” con Lucio y Mateo –“tocar el mar”, “saltar las olas”, repertorio verbal de los que convivimos con niños en vacaciones- y yo me apuré a ver qué pasaba en el centro de ese círculo de gente con los trajes de baño chorreando agua salada y la mirada puesta en un animal –no podía ser otra cosa- que desde donde yo estaba, no podía ver. Y cuándo llegué…. Una tortuga de mar con su caparazón más ovalado que redondo, verde amarronado. Y las hipótesis: “estaba cansada, dicen que se acuestan así en la playa y luego vuelven al mar”, las preguntas: “¿estará enferma?”, “¿qué le pasa, mamá?” y todo eso con lo que uno imagina un poema mientras la tortuga inmensa en su placidez mueve apenas la cabeza como diciendo, estoy aquí y un niño llega con un balde de agua y la moja y todos nos miramos, y yo salgo a buscar a mi hijo mayor y le digo mirá, Lucio, una tortuga de mar.
Y me quedo pensando, después de escribir esto, lo primero que escribo en muchos días –¡qué felicidad!- sentada en un bar a una cuadra de mi casa en pleno barrio norte, ahora, pienso que esto es lo que traje de las vacaciones una primera frase, un poema, quizás, algo así como “nosotros éramos los que mirábamos la tortuga de mar….” Sigo pensando, en una asociación de ideas quizás excesiva –perdón, estoy demasiado feliz por poder sentarme un ratito a volcar estos pensamientos, permítanme esta reflexión en diagonal- en una antipática columna que leí de Andrés Neuman en Ñ, hace unos días, donde hablaba de Henry James y de sus rodeos a la hora de escribir, pensaba yo, en relación también a un ensayo que leí de Sergio Chejfec sobre Gianuzzi (Sobre Gianuzzi, Bajo la luna, 2010)–un ensayo increíble, conmovedor, genial construido en gran medida como un larguísimo rodeo- que de eso se trata escribir. Dar una larguísima vuelta sobre el lenguaje, decir, decir, decir pero hacerlo echados o enredados en nuestros propios pensamientos como esa tortuga de mar, como Chejfec, como James, y qué importa si para alguno se trata de una experiencia masturbatoria en relación al lenguaje, qué importa.
De verdad recomiendo el libro de Chejfec, es buenísimo. Lo leí tirada al sol, como la tortuga, a la hora de la siesta -y eso que recomiendan no estar al sol a esa hora, pero ay! qué bien la pasé, en mi reposera, mientras todos los varones de la casa dormían. Habrán sido apenas 50 páginas, 50 páginas en todo el verano, pero qué lindo relato, qué preciosa manera de leer que tiene Chejfec, como Saer, y qué antipático eso de pensar -como lo hacen los detractores de James- que la literatura tiene que ir directo a su objeto, como si alguien pudiera sber qué es ese objeto, de qué se trata. Releí también el primer capítulo de Moby Dick y ahora, estoy desconcertada. ¿Con qué seguir? Espero, ansiosa volver a saber o a recordar de qué manera se escribe un libro de poemas.

lunes, 17 de enero de 2011

En febrero en librerías

Con las increíbles ilustraciones de Mey! Valerio y la ciudad liviana (Uranito ediciones)
estará en librerías en febrero.