domingo, 19 de julio de 2009

Paraísos perdidos


Acabo de terminar Pastoral Americana, de Phillip Roth; American Pastoral, la versión original que, en inglés se lee muy bien. Me refiero a que vale la pena el esfuerzo, de leerla en inglés. Leí la última página ayer a las 2 y media de la mañana. No podía parar. Sé que no descubrí la pólvora, Roth, dicen, es el mejor novelista americano vivo. Pero para mí, es todo un descubrimiento. Es una lección de narrativa. El relato enmarcado, tan típico de la literatura en lengua inglesa funciona a la perfección. Toda la novela es un mecanismo infalible como esa bomba que planta Merry en el negocio del pueblo; pero a la vez la construcción de los personajes es conmovedora. Swede Levov, es un personaje del calibre de Heathcliff, Roth lo trabaja incansablemente, vuelve sobre sus pensamientos una y otra vez. No lo deja en paz. La narración avanza en trancos largos que luego vuelven sobre sus pasos, es como un insistir obsesivamente sobre lo mismo –Estados Unidos, Swede Levov, Estados Unidos, Merry (su hija), Estados Unidos, Dawn (su mujer)- y a fuerza de retroceder la tragedia va cobrando densidad. Roth se detiene en lo mínimo a la vez que busca lo macro: Estados Unidos, su caída. Como en el Génesis.
Históricamente la novela sigue el desarrollo de un personaje. Su iniciación, su caída, su redención; lo que sea. Es el héroe o el antihéroe, pero es su individualidad la que, en relación al contexto histórico, se perfila. Esto antes del modernismo. Ahora, la vuelta de tuerca que le encuentra Roth a la novela –y a este dispositivo de personaje/narración/contexto histórico que tantos dicen está agotada- es genial. Cómo se desmenuza el personaje desde la primera página y luego a través de Jerry, su hermano. Y, uno, el lector, vuelve a esas primeras páginas para saber qué es lo que finalmente pasó. Esa elipsis entre el final y el principio es genial. ¿Qué pasó finalmente con Merry? Ahí está todo, en el vacío que el lector completa con la información que va del final al principio. Porque el hombre que llora en el auto detenido frente a su hermano ya no es el mismo en la página 350. A él queremos volver. O al menos, yo. En fin, la admiración a veces te deja sin palabras.
Hacía mil años que no escribía nada en el blog. (Sé que el verbo es postear pero no me gusta, qué le voy a hacer, sí soy decimonónica). Y entre más novelas leo –cada embarazo me regala esto: me agarra la locura de leer sin parar- más admiro la cabeza del novelista. En este tiempo en el que no subí nada, leí mucho. Varias novelas por trabajo y otras por puro placer como Revolutionary Road o el libro de cuentos de Fabio Morábito. Extrañaba esa máquina de leer en la que uno puede transformarse cuando apaga definitivamente la tele (en mi caso es a la fuerza: Lucio quiere ver videos y la tele sólo permite enchufar una serie de cables a la vez, así que para sacar el DVD y volver a poner “tele” es todo un trámite engorroso) y no tiene compromisos al día siguiente. Más que escribir –aunque sea por trabajo, aunque sea sobre cuestiones alejadas a la literatura- que es un compromiso que uno asume con mayor felicidad que tener que trasladarse a desempeñar otra tarea, administrativa, por ejemplo. Mateo –que nacerá a fines de septiembre- llega con la felicidad de estas lecturas.