martes, 22 de diciembre de 2009

Librerías!

Dicen que vieron el libro en Zivals, en la Boutique del libro de Palermo; está en Paidós; y yo lo vi en la vidriera de Norte, ayer. Feliz de terminar el año así!

miércoles, 9 de diciembre de 2009

La mejor manera de pasar el tiempo 1

Pienso mucho en la frase que le da título a este post. Empecé -o había empezado antes de nacer Mateo- a escribr algunos poemas alrededor de la letanía: ¿cuál es la mejor manera de pasar el tiempo? Mi realidad hasta hace muy poco era un tiempo detenido, el de amamantar a un bebé. Sigue siéndolo sólo que, en la medida en que incorporo actividades a nuestra rutina, todo se acelera. No sé si es una categoría del tiempo pero sí conlleva una forma de percepción. La experiencia más signficativa en relación a esto la tuve en el vestuario de un club. Aquel día entré al vestuario cuando estaba desierto. Me acomodé de espaldas a un espejo y de frente a otro. Me senté sobre una especie de banco que debe servir para guardar todo eso que las "profes" usan con los chicos en las actividades acuáticas. Puse la mente en blanco o me focalicé en los ojos de Mateo y después más allá, en un punto cualquiera de esos que flotan alrededor de una cuando no hay nada urgente en qué pensar. Pero casi instantáneamente el vestuario del club se llenó. Empezaron a llegar mujeres, en todos los tamaños y de todos los tipos. Con los cuerpos más variados. E inmediatamete se desvistieron y volvieron a vestir pero en lugar de usar la ropa de calle con la que llegaban algunas eligieron bikinis, otras mallas enteras, las más niñas una bombacha con globitos. Todas hacían los mismos movimientos. Madres peinaban a sus hijas. Les ponían gorras de baño que hacían imprescindible aplastar, alisar. Guardaban, luego, la ropa. Yo seguía con mi régimen del tiempo. Pero alrededor todo era movimiento. Luego, así como llegaron se fueron, previo dejar los bolsos en el guardarropa. Yo miraba porque el punto fijo que tenía frente a mí, el vacío, era de pronto un lleno. Y no era nada de la índole de lo femenino o de lo mujer lo que tenía frente a mí, sino de la actividad más pura.
Mateo ya tiene -casi-tres meses. Cuando no salgo con él, siento la necesidad de aclarar que tengo un bebé de casi tres meses. Quizás porque quiero llevar conmigo esa forma el tiempo. A mi interlocutor -salvo que se trate de otra mujer o un hombre con hijos- pocas veces le interesa. El lunes, sin ir más lejos, salí de la clase de gimnasia. Me sentí en la obligación de decir: tengo un bebé chiquito. Quizás sea que lentamente estoy entrando en el ritmo ordinario -iba a escribir natural pero lo único natural, hoy es el ritmo de Mateo- del paso del tiempo. Peor aún: en el ritmo de las fiestas. Casi como si se tratara del fin de un episodio de aquellos de Batman, arrojo la pregunta: ¿podrán Carolina y Mateo permanecer inmunes? ¿lograrán sobreponerse al ritmo vertiginoso del mundo?

Temporada: el libro posa en diferentes lugares de mi casa




miércoles, 25 de noviembre de 2009

Temporada de invierno: ya salió!


Luego de una larga espera, por fin, tengo el libro entre mis manos. Lindísimo el color, el diseño. Eso al menos es lo que puedo decir yo. Gracias a Bajo la luna! Del resto tendrán que opinar los demás. Acá en la foto, el libro posa delante de la biblioteca. En librerías a partir de la semana que viene.

viernes, 20 de noviembre de 2009

La niñez sobre el escenario

Ayer fue el acto de fin de año de mi hijo de tres años. Tres años apenas cumplidos. Lo que yo llamo “acto de fin de año” en el jardín lo llamaron “concert” y se llevó a cabo en un teatro. A mi hijo como a casi todos le gusta bailar. No tanto disfrazarse pero sí, bailar. De todas maneras con S sabíamos o intuíamos que algo iba a pasar en el concert/ acto de fin de año. Y pasó. Lucio fue un sapo pepe feliz pero no estuvo tan contento en el número final cuando todos los chicos disfrazados y junto a sus maestras cantaban una canción. Parecía perdido entre tanto disfraz, entre tanta puesta en escena, estaba cansado, se quería ir.
Aclaro que yo estaba emocionada desde antes de que los chicos del primer número salieran a escena. Es decir: suelo emocionarme fácil con este tipo de situaciones. No es que las paso siempre por el tamiz de la crítica. Así que cuando vi a los chicos disfrazados sobre el escenario, no pude dejar de llorar. Pero, me doy cuenta hoy, un día después, no era tanta la emoción sino la empatía con esos chicos tan, tan chicos que se paraban sobre el escenario para que nosotros los fotografiáramos, los filmáramos, lo miráramos. La niña disfrazada de bailarina me resultaba tierna pero al mismo tiempo me daba un poco de pena. ¿qué nos mostraba? ¿para quién se había subido al escenario? ¿y el chiquito que bailó toda la canción tapándose los ojos con las manos? Había algo de la niñez puesta en escena ahí, para nosotros los grandes que no era gracioso, ni simpático; más bien mostraba cierto estado de las cosas. Poner a los niños sobre le escenario para que nosotros viéramos ¿qué? Bueno sí, me gustó ver a mi hijo disfrazado y bailando; pero quizás me hubiese gustado verlo en medio de una fiesta, una kermese, no sé un espacio que no estuviera dividido por un escenario. Los niños en el teatro parecían estar actuando-bailando para nosotros: sus padres. De hecho lo hacían. Y yo no quisiera que mi hijo de tres años hiciera nada por mí. El concert era para los padres. Pienso en el niño que se quedó llorando sobre el escenario, como si lo que él tenía para mostrarles a sus padres fuera eso: su llanto, su descontento. Porque no se bajaba. Pero tampoco dejaba de llorar. Sentí, también, que era testigo del mundo privado de estos niños. De su manera de decir esto me gusta o esto no me gusta. De su timidez, de cierta desnudez de sus emociones. ¿Por qué habría yo de ser espectadora de su mundo?
Mi madre, que estaba ahí –y con quien tuve un previsible enfrentamiento al final- dice que analizo demasiado. Mi padre, que debería mandarle una carta a la directora del jardín felicitándola por todo el evento. Ambas reacciones me llevan a pensar que mi reflexión, quizás, esta vez, vaya por el camino correcto.

lunes, 9 de noviembre de 2009

I miss House

Pasé los últimos tiempos del embarazo mirando Dr. House. Dan la serie todos los días de 12 a 1 de la mañana y yo, plenamente desvelada, no me lo perdía nunca. Ahora, con el niño entre mis brazos a veces me encuentro con la silueta ladeada de House a las 5 AM-horario en el que también lo repiten- pero son las menos. Así que lo extraño. Quizás como síntesis de otras cosas que extraño: escribir, leer, dormir. Pero sería injusto no decir que el pequeño Mateo me tiene tan embobada que, en el fondo, celebro no querer hacer nada más que cuidarlo.
La maternidad suele tener mala prensa, aburre, genera comentarios luego de este estilo: "escribe sobre sus hijos desde que es madre", o "por suerte no escribe sobre sus hijos desde que es madre". Aunque recuerdo un libro de Laura Wittner sobre sus paseos en la plaza con un niño, que son preciosos. También de Silvio Mattoni, aunque el es hombre y la paternidad suele pensarse menos melosa. Así que regresemos al hermoso House. Pensé varias cosas sobre la serie durante los meses en los que vi tantos capítulos atrasados. Por ejemplo: que parte de su encanto radica en la explicación "orgánica" que siempre está ahí, escondida en algún recoveco del cuerpo del paciente y que House encuentra -casi- siempre al final del episodio. Eso es tranquilizador. Es decir, que exista una respuesta siempre tranquiliza. Sobre todo para los que descreemos de la medicina. Sin embargo para el mismo House la vía para llegar al cuerpo es el comportamiento del paciente: lo que esconde, cómo se relaciona con el otro, etc. Se escribió tanto sobre el tema que mi comentario probablemente repita algo dicho en algún lado, pero tenía que escribir algo sobre el tema aunque más no sea por refrescar un poco este blog casi caído en desuso.
Una buena para compartir con quien sea que visite este blog -hace tiempo que algo pasó con el contador de visitas y no tengo idea si alguien entra o no, para colmo parece que la onda ahora es Twitter y que el blog es algo así como un canal oficial de pocos adeptos entre los siempre jóvenes poetas-: mi libro, Temporada de invierno, está en imprenta. Algo muy, muy esperado por mí.

domingo, 9 de agosto de 2009

¿Acción vs metaficción?

Siempre le huí a esas discusiones de tipo literatura académica vs. mercado; narrativa de acción vs. metaficción, cuestiones que se debaten –y por las cuales algunos se sacan los ojos- en algunos congresos y suplementos. Recuerdo una vez que Saccomano se agarró con Kohan, creo que en el 2001 en Trelew por algo de este estilo. Kohan defendía la universidad (después de todo, ahí estábamos) y Saccomano, invitado a la mesa de escritores (por la universidad), la despreciaba como ámbito de formación de un escritor. Después de todo, de dónde saca un escritor sus tema es algo que importa poco.
En fin. Debates estériles. (Divertidos por el conventillo pero estériles), pero aquí estoy planteándome uno de esta especie. Termino de leer American Pastoral –la tiene, ahora, S y está igual de entusiasmado que yo- y empiezo y termino -en pocos días y noches de insomnio- La ciudad ausente de Ricardo Piglia. Soy de las que aman a Chejfec, por ejemplo. Y si bien no recuerdo con lujo de detalles El aire o Los incompletos, sí recuerdo que me encantaron. Me gusta que la acción se complete lentamente. Me gusta preguntarme qué pasa y responderme: no pasa nada. Me gustan Nabokov y su metaficción también, Pálido fuego me parece genial, por ejemplo. Pero, la verdad, avancé en la de Piglia a ciegas. Y, de última, quizás la trama se pueda recuperar –o algo de ella, al menos-en una segunda, tercera, cuarta lectura; pero el tema, la verdad, es que no me gustó la prosa, la manera de narrar, la novela en su conjunto; o el "texto" si alguno prefiere no llamarla novela. Todo está demasiado armadito. Borges, Macedonio están ahí pero a modo de impostura, de pose. El artificio está tan presente en la trama que se cuela en el estilo. Escribo esto y me doy cuenta de que ésa es una de las operaciones de la novela. Me doy cuenta de que la novela sirve para estudiarla, analizarla –sí académicamente- pero, al menos en mi caso, no para disfrutarla. Probablemente el valor de La ciudad ausente resida en su operación crítica. Yo, hoy, prefiero otra literatura. Devastada, si se quiere, al igual que la de la Ciudad Ausente. Pero ¿no está todo bastante devastado hoy por hoy? El ensayo ficción lo hizo Borges demasiado bien. Ese es el tema. Lo hacía también Macedonio. Pero tengo que admitir: nunca pude terminar Museo de la novela de la eterna. Y quizás sea cierto eso de que nuestra literatura de los últimos años se mira demasiado a sí misma. Aira sería para mí un ejemplo de esto bien hecho. Dicen que Piglia es uno de nuestros mejores narradores. Lo escuché en un par de seminarios en la facu y es buenísimo. Buen orador, buen pensador. Genial. Pero a las dos de la mañana, en pleno insomnio, quiero que me cuenten una historia que, al menos, pueda visualizar.

domingo, 19 de julio de 2009

Paraísos perdidos


Acabo de terminar Pastoral Americana, de Phillip Roth; American Pastoral, la versión original que, en inglés se lee muy bien. Me refiero a que vale la pena el esfuerzo, de leerla en inglés. Leí la última página ayer a las 2 y media de la mañana. No podía parar. Sé que no descubrí la pólvora, Roth, dicen, es el mejor novelista americano vivo. Pero para mí, es todo un descubrimiento. Es una lección de narrativa. El relato enmarcado, tan típico de la literatura en lengua inglesa funciona a la perfección. Toda la novela es un mecanismo infalible como esa bomba que planta Merry en el negocio del pueblo; pero a la vez la construcción de los personajes es conmovedora. Swede Levov, es un personaje del calibre de Heathcliff, Roth lo trabaja incansablemente, vuelve sobre sus pensamientos una y otra vez. No lo deja en paz. La narración avanza en trancos largos que luego vuelven sobre sus pasos, es como un insistir obsesivamente sobre lo mismo –Estados Unidos, Swede Levov, Estados Unidos, Merry (su hija), Estados Unidos, Dawn (su mujer)- y a fuerza de retroceder la tragedia va cobrando densidad. Roth se detiene en lo mínimo a la vez que busca lo macro: Estados Unidos, su caída. Como en el Génesis.
Históricamente la novela sigue el desarrollo de un personaje. Su iniciación, su caída, su redención; lo que sea. Es el héroe o el antihéroe, pero es su individualidad la que, en relación al contexto histórico, se perfila. Esto antes del modernismo. Ahora, la vuelta de tuerca que le encuentra Roth a la novela –y a este dispositivo de personaje/narración/contexto histórico que tantos dicen está agotada- es genial. Cómo se desmenuza el personaje desde la primera página y luego a través de Jerry, su hermano. Y, uno, el lector, vuelve a esas primeras páginas para saber qué es lo que finalmente pasó. Esa elipsis entre el final y el principio es genial. ¿Qué pasó finalmente con Merry? Ahí está todo, en el vacío que el lector completa con la información que va del final al principio. Porque el hombre que llora en el auto detenido frente a su hermano ya no es el mismo en la página 350. A él queremos volver. O al menos, yo. En fin, la admiración a veces te deja sin palabras.
Hacía mil años que no escribía nada en el blog. (Sé que el verbo es postear pero no me gusta, qué le voy a hacer, sí soy decimonónica). Y entre más novelas leo –cada embarazo me regala esto: me agarra la locura de leer sin parar- más admiro la cabeza del novelista. En este tiempo en el que no subí nada, leí mucho. Varias novelas por trabajo y otras por puro placer como Revolutionary Road o el libro de cuentos de Fabio Morábito. Extrañaba esa máquina de leer en la que uno puede transformarse cuando apaga definitivamente la tele (en mi caso es a la fuerza: Lucio quiere ver videos y la tele sólo permite enchufar una serie de cables a la vez, así que para sacar el DVD y volver a poner “tele” es todo un trámite engorroso) y no tiene compromisos al día siguiente. Más que escribir –aunque sea por trabajo, aunque sea sobre cuestiones alejadas a la literatura- que es un compromiso que uno asume con mayor felicidad que tener que trasladarse a desempeñar otra tarea, administrativa, por ejemplo. Mateo –que nacerá a fines de septiembre- llega con la felicidad de estas lecturas.

domingo, 14 de junio de 2009

Watanabe: la oruga

Estuve leyendo varios del peruano José Watanabe (1946) durante estas últimas semanas, marqué varias páginas -ya lo dije, creo, en los embarazos se me da mucho más por leer que por escribir, cuánto más liberador es!- y me quedo con este. Todos somos animales incompletos...mitad monstruos: pesados y lentos, mitad veloces y etéreos.

La oruga

Te he visto ondulando bajo las cucardas, penosamente, trabajosamente,
pero sé que mañana serás del aire.

Hace mucho supe que no eras un animal terminado
y como entonces
arrodillado y trémulo
te pregunto:
¿Sabes que mañana serás del aire?
¿Te han advertido que esas dos molestias aún invisibles
serán tus alas?
¿Te han dicho cuánto duelen al abrirse
o sólo sentirás de pronto una levedad, una turbación
y un infinito escalofrío subiéndote desde el culo?

Tú ignoras el gran prestigio que tienen los seres del aire
y tal vez mirándote las alas no te reconozcas
y quieras renunciar,
pero ya no: debes ir al aire y no con nosotros.

Mañana miraré sobre las cucardas, o más arriba.
Haz que te vea,
quiero saber si es muy doloroso el aligerarse para volar.
Hazme saber
si acaso es mejor no despegar nunca la barriga de la tierra.

José Watanabe (de Historia Natural - 1994 )

viernes, 12 de junio de 2009

Mis favoritas de todos los tiempos

Porque estoy por entrar en el mundo de Nick Hornby, comparto mis dos (quizás tres) canciones favoritas de todos los tiempos. No las escucho siempre, solo a veces. Hoy por ejemplo, me até el pelo a lo Amy Winehouse -quisiera ser por una noche Amy Winehouse- y escuché varias veces Time after time, de Cindy Lauper, versión Cassandra Wilson. (Para detalles sobre mi estado de ánimo, o el mood que acompaña esta canción en este día particular -después de todo esto se trata de un blog, hay que hacer honor al género- invito a leer cualquiera de las entradas de http://www.mexicomemata.blogspot.com ella lo ilustra mejor que yo). Por lo demás, aquí va una de mis tres favoritas.
Buen fin de semana largo.

Amy, for this night

Time after time
Lying in my bed, I hear the clock ticks and think of you
Caught up in circles, confusion is nothing new
Flash back, warm night, almost left behind
Suitcase of memories...
Time after
Sometime you pictured me, I'm walking too far ahead
You're callin' to me, I can't hear what you've said
You said, "Go slow, I fall behind"
The second hand unwinds...
If you're lost, you can look and you will find me,
Time after time
If you fall I will catch you, I'll be waiting,
Time after time
I turn, my picture fades, and darkness has turned to grey
Watching through windows, you're wondering if I'm okay
Secrets, stolen, from deep inside,
The drum beats out of time...
If you're lost, you can look and you will find me,
Time after time If you fall I will catch you, I'll be waiting,
Time after time
If you're lost, you can look and you will find me,
Time after time
If you fall I will catch you, I will be waiting,
Time after time
Time after time...

lunes, 8 de junio de 2009

Bucólicos

Ensayo

Al tercer día fueron al pueblo.
Tenés que ver esto, se decían el uno al otro
los pescados brillantes bajo el sol de febrero
los collares, el mar
con sólo levantar la vista y fijarla
en el final de la calle. Todo parecía coincidir
con sus expectativas de veraneantes,
poco ingenuos quizás
demasiado habituados a interpretar lo real
como si le quitaran el corazón a una nuez.

Ella se detuvo a mirar sombreros.
Eligió uno calado con piedritas azules
alrededor de la copa.
No había espejo, así que se dejó llevar
por su intuición
y a falta de evidencia
imaginó el juego de luces y sombras
que iría a proyectarse sobre su rostro
el tiempo que durara el verano.


*


Caminaron hasta el mar.
El hombre atravesó la rompiente
miró hacia la orilla
hacia la mujer, el niño o más allá
como si buscara medir distancias.

Ella hubiese querido
tener el cuerpo de otra mujer.
Nos ocupamos demasiado del alma
pensó, pero en realidad
se refería a la mente.
Esa noche frente al espejo
imaginó en lugar del suyo
otro cuerpo.
Y también se preguntó por su interior
¿era posible, otro interior?


*


La tormenta duró toda una noche.
El niño estuvo con su padre.
La madre se cubrió la cabeza con una manta
para evitar que los vidrios
al hacerse trizas, le lastimaran la cara.
Como era de esperar, el día sólo trajo lluvia
y el proyecto de una huida apresurada.

Pero una cantidad de cuestiones prácticas
impedían la salida. Era triste pensar en eso
mientras caminaban por la orilla, debajo
de la pesadez del cielo o daban vueltas
alrededor del lobo marino muerto.


*

Los libros que leyeron esos días les dejaron
un gusto amargo, de fracaso personal
o de fracaso grupal, colectivo.

Estaban lejos de la lírica y el amor les pareció
un artificio, una postal envejecida
sobre la que no habrían sabido qué escribir,
quizás algo así como: Queridos, el lugar es hermoso
el niño crece y disfruta del agua
del aire, de la arena, el tiempo a veces acompaña
.


*


Partieron cuando comenzaba marzo.
El día pautado con los dueños
que llegaron para corroborar pérdidas,
roturas.

La casa había soportado intacta el temporal.
Sólo había que limpiar un poco los pisos
repasar el baño, en fin, prepararla
para los próximos inquilinos.

El auto que iba a llevarlos hasta el puerto
se atascó entre los médanos. Las ruedas
se hundieron en un gesto
que pareció de un inmenso desahogo.

El resto del viaje transcurrió sin sobresaltos.
Salvo para el niño que hubiese querido
un poco más de agua, aire y arena.

viernes, 22 de mayo de 2009

Rachas de e mails sin respuesta

Creo en las rachas. Se te rompe un electrodoméstico –digamos la tostadora- y rápidamente se comienzan a descomponer todos los demás. Puede empezar con una chispa, un pequeño cortocircuito, no importa. Lo cierto es que uno debería sentarse pacientemente en un sofá con un whisky entre las manos y hacer de voyeur. Sin embargo, nos empecinamos en interferir entre los objetos y su súbito enojo, rezando en voz baja para que la computadora no decida plegarse a la conspiración.

Están las rachas del agua –su falta o su sobreabundancia-, las rachas del trabajo –te ofrecen tres cosas al mismo tiempo o no te ofrecen nada durante meses-, las rachas del fuego –en el término de una semana, hace unos años se me prendieron fuego dos sartenes ¿?-, de los medios de transporte – ningún colectivo se detiene cuando le hacés señas, parecés invisible para los taxis- etc, etc. Pero hay otra, que es la que hoy cual gripe porcina me ataca mucho más silenciosa y dificil de erradicar. Es la de los e mails que no se responden, que parecen no llegarle nunca a su destinatario y cuyas preguntas se pierden en un extraño y negro vacío. También está la variante: el e mail sí se responde, pero no las preguntas -o la pregunta- que estaba contenida en él. S me dice que esa es, justamente, la razón de ser del correo electrónico, permitirnos "mirar para otro lado" por decirlo de una forma elegante, cuando no se quiere responder tal o cual cosa. Algo diferente, dice, es el teléfono. "Si querés saber, llamá", me dice conmovido por mi congoja. "Hay que insistir", agrega, "los mails no sirven cuando uno busca una respuesta". Miro el teléfono. Sé que la mejor manera de hacerse lugar en un mundo tan atiborrado de gente es empujar un poco, al menos un poco. Y casi estoy por marcar el número en cuestión, por sacarme la duda, cuando pienso: si no me responde es porque no quiere responder. Es decir: porque elije no hacerlo, entonces eso, en sí mismo, ya es una respuesta. Y no llamo. Vuelvo, sin embargo a la compu. Presiono "refresh" una y otra vez. El mail esperado -siempre o casi siempre en relación al trabajo o algo así de vital importancia- no llega. Entonces me siento a esperar que termine la racha. Me concentro en lo que ya tengo pautado, hago ojos ciegos, oídos sordos. O pongo plazos que luego se van alargando y alargando -"si no responden el lunes, llamo" proposición que no tarda en dar lugar a "mejor le doy un par de días más". Como si no supiera que la esencia del correo electrónico es la respuesta inmediata. Mail que no se responde en el corto plazo caduca. Muere sin respuesta. Cae por su propio peso.

Por suerte empieza el fin de semana. Tenemos cumpleaños varios, un guiso de lentejas el lunes. Todo como para desconectarse de la mala racha de e mails y no-respuestas. Todo como para darle un poco "más de tiempo" a quien será el encargado o la encargada de romperla. Porque hace falta que uno solo de los dos o tres que tendrían que haber respondido hace tiempo den señales de vida -señales justas y acordes- para que el curso de la comunicación vuelva a la normalidad. O que uno, súbitamente fortalecido, haga uno a uno los llamados del caso. Que así sea.

domingo, 17 de mayo de 2009

Más de Bucólico paisaje

La mujer sonríe, echa la cabeza para atrás
extasiada. El hombre mira a cámara, sostiene un bebé.
Se adivina el follaje de un parque
el clic de una máquina digital en automático.
Convivo con el gesto desproporcionado
de una mujer que no conozco.
La foto, –un amigo de la infancia que está enfermo
y vive en Paris- dice mi marido
deambula por la casa
como un espejo deformado de nosotros tres.

Ramas que se arquean sobre nuestra calle
inundan el barrio de una sombra apacible.
Los rayos llegan a destiempo
como empeñados en caer siempre
un poco por detrás nuestro.
No es el ritmo, ni el carácter de la marcha
sino la pregunta
¿cuál de nosotros se extravía
cuál muere, cuál es el que nos prolonga?

jueves, 7 de mayo de 2009

Fragmentos de un diario en los Alpes

Ya no soy objetiva cuando se trata de Aira. Lo admito y tendré que vivir con esa limitación de mi conciencia crítica. Hoy, sin ir más lejos, iba en el 92 leyendo Fragmentos de un diario en los Alpes, (no me pregunten si es bueno, malo o más o menos, ya lo dije: no lo sé, sólo sé que me hace feliz abrirlo y empezar a escuchar el tono Aira, que cuando lo compré solo pensaba: quiero leer una novelita de Aira y que a medida que avanzo en la lectura pienso: que se demore un poco más, no quiero terminarlo todavía), cuando me asaltó la urgencia de llegar a casa y reunir uno a uno todos los libros de Aira que tengo. Quizás para cualquier biblioteca organizada esto suene a una obviedad -¿cómo tener los libros de un mismo autor dispersos?- pero para mí es toda una tarea y una alegría. Al instante ese pensamiento fue opacado por otro. Pensé: en unos años alguien se encargará de recopilar toda la obra de Aira. ¿Será posible habiendo publicado en tantas editoriales diferentes? Debería ser un esfuerzo increíble, casas editoriales acostumbradas a competir por lanzamientos y novedades unidas en virtud de un objetivo mayor….. Se me dirá que la dispersión es la condición de la obra de Aira. Si, ya lo sé, pero... ¿ven?, esto es lo que me pasa con él: me dejo llevar. Ya estaría llegando a Guardiavieja cuando pude imaginar en detalle el volumen de sus obras completas. Me vi pasando de relato en relato, inmersa en el gozo de esas novelitas, aquí La costurera y el viento, aquí El tilo, aquí La liebre o Ema la cautiva….se me hizo agua la boca. Ahí fue cuando me di cuenta de que estaba perdiendo el foco. Porque, por ejemplo, apenas imaginé las obras completas de Aira, yo -que soy la anti lectora de obras completas, que odio esos libros inmensos donde parecen borrarse las marcas del tiempo que afean o embellecen los otros, los pequeños libritos que uno acumula año a año- ya no pensé en la descripción de esa casa en los Alpes en la que estaba sumido el narrador Aira sino que fui al final del libro de Beatriz Viterbo y me regocijé frente a la lista de “títulos del autor” que todavía no leí. Consideré que, en todo caso, lo importante iba a ser tener la mayor cantidad de “libritos” posibles como para poder hacerle frente a esas Obras completas. En fin. Será que nos une la dispersión, la multiplicación errática. Hoy, a cuatro días de haber escrito las primeras veinte líneas de esta entrada, el libro descansa, inconcluso en mi cartera. Yo sigo pensando en tal o cual frase particularmente brillante –la descripción de unos osos en un almanaque, por ejemplo- y me prometo transcribirla en la próxima entrada. Aunque no podría asgurar que, de verdad, vaya a hacerlo.

Nota: Se acaba de editar una traducción nueva –o revisada- de Las alas de la paloma. Se los recomiendo. Por favor. Alternen la lectura de Aira con la de James.

sábado, 2 de mayo de 2009

Otro poema


Te imagino en un edificio casi vacío
de esos que suelen usarse para oficinas.
El pelo negro envuelto en una toalla.

Leo tu novela. ¿Es verdad que esos años
fueron así de difíciles? ¿Que el aire
te resultaba espeso, que a duras penas te abrías paso?

Caminamos. Las luces se van encendiendo
el asfalto cede al verano
y sos mucho más veloz que yo
más optimista

cuando me agarrás fuerte de la mano
porque cambia la luz de los semáforos
y si corremos, decís
podemos llegar juntas y a tiempo.

De Bucólico paisaje (inédito)

viernes, 1 de mayo de 2009

Dos poemas

Había que retratarse la una a la otra
mirarse como en un espejo.
Laura tomó el lápiz para dibujarme.
¿Ves?, dijo la profesora y corrigió un trazo
acá la boca se pierde en una línea fina, desaparece.
Nunca había pensado en mi boca de esa manera
pero ahí estaba el hilo delgado de la forma
como la cuerda por donde un audaz equilibrista
podría medir la entereza de su oficio.
¿O era la voz? Un timbre apenas audible
porque es mejor, alguien alguna vez me dijo
confundirse entre la multitud, que quedar al descubierto.


No sabíamos que el aceite derramado traía
mala suerte. La idea había sido freír unas papas
cortarlas en rodajas y echarlas todas al mismo tiempo
en una sartén descolorida. Los caracoles-
agregó mi madre mientras raspaba el piso negro
la superficie cubierta de pequeñas motas doradas-

cualquier cosa, en realidad, que provenga del mar
también es portadora de mala fortuna.
Nosotras mirábamos desde el sofá
atentas a la ceremonia imposible: borrar
las huellas de la desgracia futura.

de Bucólico paisaje (inédito)

jueves, 30 de abril de 2009

viernes, 17 de abril de 2009

Lecturas y desvaríos del colectivo 92

Estoy leyendo La caja, de Gabriel Reches. Hace semanas que leo bastante por trabajo y eso me obliga a sumergirme durante tres o cuatro días en una novela, terminarla, digerirla, en fin someterla a una máquina devoradora, opuesta a cierta manera de leer algo aletargada que me acompaña estos últimos años. No sé cuál es mejor. Quizás la segunda, pero es una lectura por momentos imposible, demasiado elástica en la cual el libro se pierde en medio de las mil y un ocupaciones diarias. Así leí Rojo y Negro y todavía recuerdo el clima, no sólo de la novela sino también del cuarto en el que lo leí a lo largo de seis meses. Pero también deglutí Crimen y Castigo en cinco noches, embarazada de siete meses sintiendo que se me terminaba el tiempo. Y también lo recuerdo bien. En esta ocasión junto al de Reches leí Tragamonedas de Lysyj y Las anfibias de Flavia Costa. Antes había leído dos de Muriel Spark –altamente recomendables-, Frío en Alaska de Capelli, La sombra del animal de Vanesa Guerra, en fin, Revolutionary Road el último que S me trajo de la librería Cultura de Brasil descansa en la mesa de luz al lado de uno de poesía de Watanabe que iré leyendo despacio, como me gusta, con el correr de los días.

De cualquier manera, lo que quiero contar es otra cosa. Salgo de casa a la una hoy para ir rumbo al trabajo. Desde que Macri decició hacer doble mano Pueyrredón el 92 tarda una eternidad en llegar, pareciera que viene de una dimensión desconocida, allá lejos donde los ojos clavados en el punto por donde debería aparecer el vehículo, no llegan a ver. Media hora entonces de la mente semi en blanco. No soy como aquellos que saben utilizar el tiempo al máximo y hubiesen hecho de esos 30 minutos un espacio temporal provechoso. En mi la espera adquiere toda su dimensión de espera. No puedo hacer otra cosa más que esperar. En este caso: incómoda, intentando que el resto de la gente se diera cuenta de mi embarazo (ya estoy de 4 meses) y, cuando llegara el colectivo repleto, me dejaran sentar, pudiera, yo, abrir el libro de Reches y seguir, ya no en mí letargo, sino en el letargo del Ruso, el personaje principal de la novela.
Llega el colectivo, nos subimos. No me animo a pedir el asiento hasta que alguien se levanta y ahí sí me avalanzo y abro el libro. Todo se demora, gira sin rumbo, la elección de las palabras de Reches demuestra un diccionario personal envidiable, las imágenes, el tono, pero siempre alrededor del eje de lo que no se completa, lo que se dilata, lo que se pierde. En eso el 92 encuentra una calle cerrada. Otra. Otra más. Los choferes se comunican de ventanilla a ventanilla. Las mujeres se exasperan, preguntan. El chofer no sabe qué responder. Regresa. Va para atrás. Vuelve a tomar Las Heras casi a la altura de Pueyrredón. Estoy nuevamente en la esquina de mi casa. Yo sigo leyendo, el Ruso está perdido como a veces me pierdo yo. “Ahora después” suele decirme S. Que dejo todo para más tarde. Y el colectivo se pierde, pasa por la avenida a la altura de Coronel Diaz, nadie sabe si finalmente iremos a recuperar el rumbo. Pero no hay nada que hacer, sólo esperar a ver qué pasa, como en la novela, con la certeza de que nada va a pasar; eventualmente el 92 recuperará el camino pero es estimulante pensar que por una vez el desvarío va a ser en serio, que vamos a girar y girar por las calles de Palermo a merced del capricho de un enloquecido por la obra pública en áreas ricas, un bienhechor –“están haciendo las cosas bien”, dirá la mujer a mi derecha- preocupado por el bacheo de la calle Castex, la calle San Martín de Tours y el chofer desquiciado sin saber qué calle tomar y ya casi estamos en Pacífico y no hay nada que hacer nos vamos cada vez más lejos, nadie se baja y yo termino el libro justo cuando, por esas cosas del azar, el colectivo llega a Estado de Israel y me bajo en la puerta del kiosco en el que todos los días compro algo para tomar, algo para comer, antes de entrar al trabajo.

sábado, 21 de febrero de 2009

Poema

Herencia

Fue como si una mano levantara las hojas secas y otra
se encargara de revolver el aire
agitarlo, desparramar semillas, polvo
pájaros, billetes, insectos.
Ella tenía un pañuelo al cuello
y un pantalón años setenta
que ya no serviría después de esa tarde.
Se detuvo debajo de un toldo.
Fue como si una mano diera vuelta el presente
lo desparramara en piezas sueltas.
Mi madre perdió un embarazo como consecuencia
de la mala sangre. Nunca aclara a qué
se refiere cuando dice: perdí un embarazo
como consecuencia de la mala sangre
pero en mí, se ve
quedó el resabio de líquidos más pesados
y menos dulces que lo habitual.

Uno que sabe (lo digo por experiencia propia)

Taller de poesía de Osvaldo Bossi
Consultar arancel y método de trabajo a osbossi@yahoo.com.ar

jueves, 19 de febrero de 2009

Perdida en Uruguay

Dejen todo en mis manos, Mario Levrero. Mondadori
Fue uno de los libros que me llevé a Punta Rubia. Tenía mucha expectativa con ML. La novela luminosa, dicen, es lo mejor, pero ésta, más finita me pareció accesible para un primer acercamiento. Quizás me equivoqué. Se lee en dos días, o solo en uno si no se tiene demsiadas cosas para hacer. La leí en una playa desierta. No era el Caribe, no era África, era, casualmente, Uruguay Como había tan poca gente a mi alrededor y como casi se puede decir que durante todo el verano interactué solo con S y el pequeño L tuve la sensación, mientras la leía, de estar en cualquier parte del mundo. S hacía las compras –había que caminar 2 km. por la playa y estar dispuesto a venir todo cargado- así que ni siquiera llegué a registrar en qué moneda se hacían las transacciones o cuál era la condición del cambio.. Cuando conocí La Pedrera, el pueblo cercano, me pareció que bien podía ser cualquier pueblo sudamericano. Esta impresión le debe mucho a la novela de Levrero, a esos pueblos que describe el autor, Penurias y los demás. Y esas divagación o chiste que pareciera ser su incansable búsqueda de Juan Pérez o Juan López, ya no recuerdo y, obviamente, poco importa el nombre de este personaje. Esto es más o menos, lo único que puedo decir sobre la novela. Y que me pareció machista, pero probablemente sea parte de la construcción del personaje principal políticamente poco correcto, lo cual está bien. Quizás no haya sido la elección más acertada de mi parte. Lo peor es que a continuación agarré Las Cosas, que en el mientras tanto leía Las alas de la paloma y que la novela de ML se perdió a la sombra de otros tiempos en los que se podía seguir a través de muuuuchas páginas la interioridad de un personaje. Este tipo de novela esta casi muerta. Parece que ahora, la única manera de escribir es deconstruyendo –uy qué palabra pasada de moda, pero no se me ocurre otra- la narración. Prometo intentar con otra de ML -probablemente a trilogía, que me han recomedado mucho- a ver qué pasa. (O si es que pasa algo, o que ese “no pasar nada” al menos me deja algo en la memoria.)

Una que sabe

Taller de poesía de Irene Gruss
Los grupos serán de cupo limitado. Para una primera entrevista comunicarse con el 4982-5463 de lunes a viernes de 12 a 20 hrs. o bien escribir a iregruss@gmail.com antes del lunes 16 de marzo.

jueves, 12 de febrero de 2009

Deja vú

Estaba en Cúspide mirando libros. De pronto encontré uno cuyo autor ni siquiera recuerdo. Tampoco el título. Solo me acuerdo de que el libro parecía interesante, la tapa era más que seductora, creo que de Anagrama, pero poco importa, podría haber sido Tusquets, Sudamericana, lo mismo daba. Y de golpe fue como un deja vú. Me daban ganas de comprarlo aunque no supiera nada del autor, ni de sus temáticas. Aunque nadie, nadie me lo hubiera recomendado. Se me vino encima una sensación que no vivía desde hacía no sé, veinte años cuando iba a las librerías y compraba lo que me parecía que estaba bien, un poco por el título, otro poco por las primeras líneas y a veces por el final. Así descubrí a Carver. Pero el tema justamente estaba en que el nombre de autor no me influía, simplemente leía lo que se me daba la gana con la ingenuidad de quien descubre y se deja descubrir.
El martes en Cúspide enseguida pensé: en casa tengo To the Lighthouse, de V. Woolf -tengo ganas de leer todo Woolf, cosa que no he hecho- y dejé el libro desconocido en el estante. Una lástima quizás. Prometía trama, personajes y sobre todo el recuerdo de otra manera de leer. Porque hubo un tiempo en el que una biblioteca era algo más que recomendaciones, lecturas críticas, escritores conocidos y amigos, amados u odiados por cuestiones, a veces muy por debajo o por encima de la literatura.

viernes, 6 de febrero de 2009

Perec (y -no puedo evitarlo- algo de James)

Cuando mi amiga L me lo prestó me dijo: "con mi novio decimos que somos Jerome y Sylvie". Entendí que de esa manera acentuaba el carácter de préstamo del libro, pero también que me lo daba habiéndose ya ella apropiado de cierta identificación con sus personajes. Esto, sumado al hecho de que la edición de Anagrama no se consigue, hicieron del libro algo precioso y sumamente provisorio a la hora de ponerlo en la valija y trasladarlo rumbo a Punta Rubia. Sólo lo tendría unas pocas semanas, y durante ese lapso -y solo ése- podría adentrarme en esos personajes, pero de segunda mano, porque L ya "era" Sylvie. Ya alguien más me había dicho que me iba a encantar y se había encargado de llamar a todas las librerías conocidas para comprarlo. Pero no está, no se consigue.
Y sí: me encantó. Llego tarde probablemente a cualquier discusión de época,o a cualquier discusión en torno a Perec y eso probablemente me convierte en una lectora a destiempo y en tal sentido más desprejuiciada -si esto, acaso es posible más allá de una mera "sensación" propia.
No puedo evitar vincular la novela con The beast in the jungle, de H James. En ambas los personajes se mueven en un limbo, son, se podría decir, tipos, criaturas envueltas en cierta irrealidad, sólo que en el caso de Las cosas es imposible no tomar la posta de mi amiga L y sentir en carne propia la identificación con los personajes. Ese ideal hacia el cual se dirigen.... porque nada hacen por concretarlo; cierto desgano en relación a lo que no podrá ser y cierto dejarse llevar por el devenir cotidiano construyen una atmósfera de lo irrealizable, de expectativas inalcanzables ya desde la primera página. ¿No es también lo que le sucede al protagonista de la novela de James vuelto sobre sí mismo a la espera de vivir ese cataclismo, ese amor -o algún tipo de experiencia de una turbulencia gigantesca- que finalmente nunca llegará tal y como el la imagina?
La manera en la que Perec construye la realidad a partir de interminables listados de objetos y como esa realidad -cimentada en la acumulación o en la obtención de eso que se desea- va cambiando según sea el cristal de los ojos con los que se mire es conmovedora. No se me ocurre otra palabra. Ambas novelas son tan nostálgicas como yo. Un placer leer un texto de ideas. Donde se juega algo del escritor -algo más que desvíos narrativos, incoherencias, frases ingeniosas y oficio-, algo del lector, algo del mundo.
Disculpen errores de tipeo, salgo corriendo. Empezó, parece, el año.

lunes, 2 de febrero de 2009

Ganador absoluto verano 2009


Libro emblemático de los sesenta.
Me llegó ahora, más de diez años de su publicación en español. (había escrito 20, pero corrijo, se publicó en el 97)
Sublime.
Mañana viene el comentario.

Días de playa







miércoles, 14 de enero de 2009

lunes, 12 de enero de 2009

Concierto - versión 2

Concierto

Cada vez que los músicos terminaban un movimiento
mi padre aplaudía como si se tratase del final de la obra.
Nuestras manos –las de mi padre y las mías
generaban un ruido seco, arrítmico
fuera de lugar.
Te falta personalidad, me dice y sonríe.
Nací en Lavalle y Pueyrredón a pocas cuadras
del negocio que él compartía con uno de sus ocho hermanos.
No éramos propietarios, ni mi padre
ni mi madre ni yo.
Para comprar prefirieron otro barrio.
Lejos de Once.
En ese salto se elevaron mi madre y mi hermano.
Mi padre y yo quedamos suspendidos a medio camino
sin entender exactamente qué era lo que abandonábamos
o de qué podía tratarse el porvenir.

domingo, 11 de enero de 2009

Dos poemas

Del libro en preparación.

Concierto

Cada vez que los músicos terminaban un movimiento
mi padre aplaudía como si se tratase del final de la obra.
Nuestras manos –las de mi padre y las mías
generaban un ruido seco, arrítmico
fuera de lugar.
Papá sonríe. Te falta personalidad, dice.
Nací en Lavalle y Pueyrredón a pocas cuadras
del negocio que papá compartía con uno de sus ocho hermanos.
Pleno barrio del Once.
No éramos propietarios, ni mi padre
ni mi madre, ni yo.
Para comprar se inclinaron por Barrio Norte
o Recoleta, según fuese quien preguntara.
En ese salto se elevaron mi madre y mi hermano.
Mi padre y yo quedamos suspendidos
a medio camino
sin entender exactamente qué era lo que abandonábamos
o de qué podía tratarse el porvenir.

Cartas

No se puede escapar a la conciencia de clase.
Laura y yo lo sabíamos. Por eso nos atrincherábamos
contra todas las demás. Éramos de alguna manera, iguales.
O casi iguales. O las menos diferentes entre sí.
Aunque vivíamos a pocas cuadras
una vez decidimos escribirnos cartas.
Había que mandarlas por correo.
La de Laura me llegó en un papel biblia
tres hojas escritas con tinta azul.
Al final explicaba por qué era la primera y la última
por qué no iba a resultar.

Al poco tiempo, como era de esperar
Laura se hizo de un nuevo grupo de amigas.

Yo amo a Henry James

Sí, estamos de vacaciones.
Y el primer síntoma que me hizo saber que me estaba desenchufando fue leer con placer. Sumergirme en la trama. No trasladar la lectura a mis propios proyectos de escritura. No leer con envidia -sí, a veces me pasa: me sincero al menos. Sentarme en el sillón del living con aire acondicionado y leer. O irme al bar de la esquina de casa sin culpa por dejarlo todo -al menos esa es la ilusión- y leer.
En Diciembre leí El molino de Mariana Docampo. Una amiga y buenísima narradora y poeta. Lo leí en tres días. Después: 76 de Bruzzone. Me encantó. Y los poemas de William Carlos Williams. La primera etapa, un tomo gruesísimo que me trajo S de San Pablo.
Ahora, la frutilla de la torta porque no hay con qué darle. Parece Dios o Maradona o Proust. Todo empieza y termina con él: James. Es lo mejor que leí, creo, en años: The Beast in the Jungle. Es cierto que soy de entusiasmos fuertes. (Ves la vida de manera demasiado dramática, me dijeron por enésima vez, hace poco). Pero en este caso, leer las primeras páginas es como una celebración de la lengua. Algo escribiré más adelante. Hoy en la cocina, charlábamos con S y le decía: es como si a James no le costara todo ese rodeo narrativo, como si el tipo se hubiese sentado en su escritorio y con una facilidad infinita hubiese empezado a contar la historia de los dos protagonistas. Digo: lo opuesto a querer "narrar" de manera original, o a la francesa (Saer, que me encanta, pero sí Saer o Pauls)... es decir: esa manera de narrar abarcando pasado, presente y futuro de las primeras páginas del cuento parecieran nacerle naturalmente al idioma. Ahí está: no se lo fuerza, emana, como si el inglés siempre hubiese sido usado de esa manera. Por otro lado -o en simultáneo- la trama existe, está y es igual de imporrtante. Y los personajes.
Bueno, me llevo a la playa: The Wings of the Dove (James), Las Cosas (Perec) -gracias a mi amiga Lu- y una de Mario Levrero que no es la luminosa pero a la que le tengo fe. Todavía me falta ir a Norte y elegir un par de libros de poesía.

Una pregunta final: todos los escritores/lectores/personajes de la cultura que dicen que van a leer la biografía de O.Lamborghini.... ¿pagaron los 220 pesos o se las mandó la editorial? ¿¿¿¿¿No es un poco mucho?????Una prueba más del snobismo reinante.